Arturo Fernández en las grandes biografías de Zafarrancho Vilima

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Hoy recordaremos al mayor galán de todos los tiempos, Arturo Fernández Rodríguez, nuestro Sean Connery. El pequeño Arturo nació en Gijón, según su madre el 21 febrero de 1929 y según su padre de 1930. Es decir, que el padre de Arturo estuvo un año que no sabía si inscribir al retoño en el registro civil o ponerle un chis en el veterinario. Su padre era mecánico ferroviario y su madre era la que lavaba los cascos de La Casera que tú llevabas a Simago, pero como antes no había ni guantes ni departamento de riesgos laborales, la pobre mujer acababa con las manos como los buscadores de sandías en DMax. Cuando terminó la Guerra Civil, el padre de Arturo, anarquista y de la CNT, se dio cuenta que al franquismo no le gustaba los mecánicos ferroviarios y se exilió a Francia cuando el niño tenía 9 años. A los 17, Arturo fue a ver a su padre aprovechando el bono de renfe pa contarle que llevaba trabajando desde los 12 pa comprarle a su madre Neutrógena pa las manos y que le daba mucha alegría de verlo, pero que más alegría le daba un bocadillo de caña de lomo, que se estirara con la manutención. Luego quiso estudiar pa perito, porque su madre le decía que había que aprovechar los dos trajes de chaqueta de que se había comprao el padre en la calle Cuna. Y tanto coñazo le dio la madre con los trajes que Arturo se lo puso en 1947 y no se lo quitó hasta que se puso el pijama de madera. A los 18 años y con 1.82 cm de altura, Arturo dejó lo de perito, porque aprobaba menos que Froilan sin lo del Borbón detrás, y se metió a boxeador hasta que dos años después le pusieron la carita como a Ángel Cristo después de un mal día y se fue a Madrid. El primer año de Arturo en Madrid fue como cuando tú coges una papa gorda y te pones en la cama a intentar acordarte en qué te has gastado el dinero pa que cuadre con las monedas que has soltao en la mesita de noche. Vivía en una residencia de estudiantes que no recuerda cómo pagaba y pasaba las tardes en las tertulias del Café Gijón mangando wifi. Aunque se crió con su madre, Arturo se consideraba machista por educación y aunque su padre era más de izquierdas que el baño al fondo de un bar, Arturo votaba al PP porque él no era ni de izquierdas ni de derechas y tenía un amigo gay. Ya en esta época empezó a decir lo de “chatina”, tenía tó la cara de Adolfo Suárez y hablaba con una mano en el bolsillo y con la otra así puesta como el que le está dando formita a una cascarria. Tenía 20 años y menos ganas de trabajar que una azafata de Ryanair. Así que alguien le comentó que por qué no hacía de figurante y allá que se fue pa hacer bulto en un capítulo de “Cuéntame”. Tan alto y tan guapo lo pusieron en primera fila, con tan buena suerte, que uno de los actores se puso “malito” y le ofrecieron decir su frase. Estaba un poco acojonado hasta que le dijeron que por la frase le iban a dar 60 pesetas, que al cambio es como si tu madre pija te comprara el iPhone 14 por aprobar un examen de matemáticas. Y así empezó Arturo en el mundo del teatro, interrumpiéndolo por supuesto en 1951 para cumplir con su deber militar para con España en Logroño, que es el Serromuriano de los de Despeñaperros pa´rriba. Y al volver de la mili empezaron a lloverle los papeles de galán de noche, de día y de playa, pero siempre en traje chaqueta. Por esta época más o menos, por lo visto tuvo un rollete con la guapísima Lupe Sino, la que fue novia de Manolete, que hay una foto en internet de ellos dos que parece Lupe con un Muppet de Jim Henson. En 1957 volvió su padre de Francia, porque ya no era mecánico ferroviario, con media docena de cruasanes y un álbum Panini con dos sobres, pero claro, Arturo lo miró y le preguntó si allí no había Interview y papel higiénico, que ya tenía 28 años. En 1967 se casa con María Isabel, no la de “Antes muerta que sencilla”, otra, con quien tuvo 3 hijos y firmó el finiquito 11 años después. En 1980 se enamora de la abogada Carmen Quesada, casándose con ella en el 2018, que ya son ganas de organizar una boda CON 89 AÑOS. Rodó una jartá de películas, hizo una jartá de obras de teatro, le dieron una jartá de premios, y mostró un jartá de veces que lo único rancio que tenía no eran los trajes. Desgraciadamente una mala digestión se lo llevó un año después de casarse, el 4 de julio de 2019, pero le dio tiempo de redondear a los 90 años, aunque ustedes siempre podrán recordarlo cada vez que vean a una azafata de Ryanair o le compren a sus vástagos un sobrecito de Panini.

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