Eduard Punset en las Grandes Biografías de Zafarrancho Vilima

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Comenzamos la nueva temporada de Zafarrancho Vilima recordando al único hombre capaz de subtitularse a sí mismo, Eduardo Punset Casals, nuestro Albert Einstein. El pequeño Eduardo nació el 9 de noviembre de 1936 en Barcerlona, mu buen sitio pa nacer en 1936, así que su padre, un médico rural de Tarragona con mucha vista, lo mandó a estudiar a Madrid para que “aprendiera a hablar bien el castellano de una puñetera vez”. Para las vacaciones de Navidad Eduardo volvió a casa controlando perfectamente “la dije”, “ejque” y “a relaxing cup of café con leche”. Y es que Punset era mu listo; A los 3 años ya le miraba al padre “esto que le ha salido en el móvil” y a los 5 le puso en la tele el Wiseplay pa ver gratis los partidos del Barça. Pero cuando llegó la adolescencia, a principios de los años 50, la madre lo vio con un Pasquín de Esquerra Republicana con la foto de Rufián y le explicó que si lo cogía Tito Paco con eso le iba a hacer trás trás en el culete. Así que lo mandaron a estudiar el bachillerato a Los Ángeles, que también te digo que si eso me pasa a mí, mi madre lo arregla dos guantás que se asustan hasta los grises. A su vuelta a España se licenció en Derecho en la Complutense de Madrid y se metió en el Partido Comunista pero sin que se enterara su madre que era capaz de mandarlo a Finlandia. Al final él mismo tuvo que exiliarse a Londres en 1958, pero como ya hablaba inglés, aprovechó para seguir estudiando que eso era mu bueno pa el curriculum. Y ya que estaba se fue a París a diplomarse en economía, que eso es como una oposición, o sigues con el hábito de estudio después de acabar la carrera o luego ya cuesta mucho trabajo. Poco después de terminar sus estudios, trabajó como redactor económico de la BBC, director económico en “The Economist” en América Latina y como economista en el Fondo Monetario Internacional en los EEUU y en Haití, que su fondo monetario es una hucha de lata con la ranura abierta de meter el cuchillo pa sacar las monedas grandes a final de mes. En 1956 se casó con Suzzel Bannel con quien tuvo a sus tres hijas, Nadia, Elsa y Carolina, que tienen nombres de princesas de Disney pa despistá na má, porque las niñas han salido a su padre y tienen más estudios que un pepero apadrinao por la Aguirre. A la muerte de Franco, Punset pudo por fin volver a España y disfrutar de sus pasiones, la política y los montaditos de pringá. Se metió en la UCD y llegó a ser ministro en 1980 en el gobierno de transición de Adolfo Suárez. De hecho fue el primer comunista y el primer político que hablaba inglés, sin dar vergüenza ajena, en ocupar un ministerio después de la muerte de Franco. En 1987 fue elegido Eurodiputado, haciendo un poquito de tó, porque este hombre lo mismo te cogía un dobladillo que tutelaba la transformación económica de los países del este después de la caída del muro de Berlín. Era como un conserje de los de antes, que arreglaban hasta los ascensores. Allí estuvo hasta 1994, cuando se presentó con otro partido y sacó menos votos que Ciudadanos en Andalucía. Aquí ya se le empezó a poner la cara del de Simon y Garfunkel y los pelos de la Duquesa de Alba. Y fue entonces cuando dejó la política y se convirtió en el Carl Sagan de nohotro. Casi 20 años estuvo dirigiendo, presentando y doblándose a sí mismo en el programa Redes de TVE, un programa de divulgación científica y tecnológica que no dejó sin explicar ni el mecanismo del rollo de papel higiénico. Aunque fue muy criticado porque le hacía ojitos a la pseudociencia, a las tazas de Mr. Wonderful y a las terapias alternativas. Eso sí, cuando en 2007 le diagnosticaron un cáncer de pulmón se dejó curar con medicinas de verdad, porque él había probao a echarle insecticida homeopático a un poto y no le había dejao mu convencido. Escribió una jartá de libros, dio clases en la universidad, le dieron un montón de premios y se tiró del puente caná en La Caleta. Al gashó sólo le faltó probá las ortiguillas fritas. Desgraciadamente su enfermedad volvió, llevándoselo el 22 de mayo de 2019, a los 82 años, aunque ustedes siempre podrán recordarlo cuando algún madrileño diga “la dije” o se coman un buen montaito de pringá.

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